Por el otro lado. El primer sorbito de Mundial se nos ha ido hacia el pulmón. Y en estos casos ya se sabe, la mejor medicina es una buena palmada en la espalda, deshacernos del esputo y enjuagarnos las anginas. Las malas tónicas estropean las mejores ginebras, casi siempre.
La selección es un sabor compensado y aromático, pero complejo. En el que la técnica y la velocidad de ejecución se subliman con la voluntad táctica, con la asunción de unos principios de juego que a veces hace falta que hasta los rivales comprendan. Ayer, con todo merecimiento, una Francia de garrafón estropeó una gran ginebra. Una banda de patio, hija del baloncesto de botellón, una colección de highlights que no atiende a mayores estándares estéticos que los que proporcionan la fuerza bruta, nos amargó la tarde.
Hoy contra los Tall Blacks espero que el mal trago ya haya pasado, que se despojen de todo lo que les rodea y reajusten el nivel de agonía al que corresponde a estas alturas de campeonato, donde no se gana nada pero lo puedes perder todo, hasta el respeto arbitral, si eso ha de existir alguna vez.
Cuando el partido arrancaba, casi tres minutos sin anotar, resistí la tentación de llamar a mi padre. Mi padre es la persona en la que el baloncesto adquiere forma humana y se despoja de todo lo que le sobra: los calzones largos, las poses ridículas, la música en los tiempos muertos, espectadores incapaces de establecer una conexión neuronal, piriolistas que se fijan más en las uñas de los pies de Rudy que en una zona 1-3-1 y así.
Mi padre, que jugó muchos años a esto de la canasta y que sufrió todas las debacles, derrotas e infamias del baloncesto español, no se anda con chiquitas. Recuerdo un partido de infantiles en el que tuvo que sustituir a nuestro entrenador porque se acercaba la hora del partido y éste no llegaba. Antes de empezar, en el corrillo, uno de mis compañeros más avezados le preguntó por la táctica que ibamos a emplear. Mi padre muy serio él, dijo: "tenéis que pasaros el balón y meter más canastas que los otros". Así de difícil.
Ayer, al filo del descanso no aguanté más. Marqué el número de casa y no pregunté, "vamos a empezar a sufrir" fue el poso que quedó de la llamada. Mi padre que ha pasado sus vacaciones en la cama de un hospital no se merecía esto: no se pasaron el balón y no metieron más canastas que los otros. (17-32 TL; 11-32 T2).
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