04 junio 2008

Flemas

Negra. Viscosa. Asquerosamete viva. Se pega, se despega y se vuelve a pegar. Alimentada de humo azul y humo negro. Sangre. Y otra vez negra. Pesimista ella cuando atraviesa tu garganta directa al paladar. Será entonces masticada con saña, recubierta de seca saliva y escupida más allá del sumidero del lavabo, del váter.

Lo malo de las flemas como estas es que hay más. Porque no vas a dejar de fumar, porque lo que te ata a ellas es una droga demasiado fuerte como para decir basta y saber que ya está, que se acabó. Luego no podrás vivir sin ellas, sin tus flemas ni sin tus cigarrillos porque les has cogido cariño, los quieres en definitiva y te han hecho pasar buenos ratos.

Has llegado a conocerlas como hermanas y sufres sus penas y compartes sus alegrías, pero a la vuelta de la esquina habrá una flema demasiado gorda o un efisema o lo que sea, que no te dejará respirar y en las últimas bocanadas de aire que tomes seguirás queriéndolas dentro de tus entrañas. Seguirás necesitando su compañía y mirarás hacia otro lado y entonces pensarás que no ha estado tan mal. Que han sido unos cuantos años. Entonces pensarás... Y te darás cuenta que la flema eres tú y que no estás dejando respirar a unos ignorantes alveolos a los que les diste todo y que te intentan expulsar espamódicos, perdidos en su insignificante misión de oxigenar la misma sangre que una vez llegaste a soñar que era joven y estaba viva.

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