En la pared rebotaban los maullidos de una gata malcastrada y mientras, durante unos minutos, los jóvenes que allí evadían los días de aburrimiento y sueño ahogados en alcohol de pésima calidad, se afanaban moviendo el cuerpo frenéticamente en la búsqueda del hedonismo más cutre, en versión española, sin importarles lo más mínimo que afuera, los intereses que abonaban cada fin de semana, estaban al borde de la adulteración.
Dos muertos por sobredosis de información. Consumieron un telediario en mal estado, el enésimo de la semana, a parte del cóctel que antes habían preparado con suma cautela y que incluía desde páginas güeb hasta modernos mp3.
Además, sabían lo que estaban haciendo y buscaron un subidón que debía llevarles desde su ordenador hasta las fronteras de la psicodelia en alta definición.
Eran de los habituales, se les solía ver por los arcenes de las autopistas de la información con el tradicional chándal de yonki. Habían sido acusados de robo (intelectual) asuntos de licencias y deuvedés piratas malvendidos a cambio de un pedacito de originalidad en el vestir o en el peinar mas la propia moda había acabado por convertirlos en juguetes rotos.
Se habían divertido y habían crecido como lo hicieron las puntocom hasta que se decidió, alguien lo hizo, que aquellos dos muchachos que apenas alcanzaban los veinte años, debían ser las primeras víctimas de la más moderna de las drogas.
Primero la SGAE les tendió una trampa y subieron el canon digital. Luego la primeradetelevisionespañola dijo algo de no se qué ipod nano y luego telefónica liquidó las centralitas y el cara a cara con el funcionario de turno por una teleoperadora que no sabe ni su nombre.
Locos, estaban locos, aquellos dos que buscaron darle la vuelta a los foros y bitácoras de la red. Saturados de pornografía infantil, un día decidieron encender la tele por ver que había y se quedaron allí, secos, pajarito.
Muerte por empalamiento de consolata informativo. Es lo que tiene la era "digital".
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